No pretendo frivolizar, ni generar polémica baladí.
Simplemente me apoyo en un tema candente y de actualidad como un ejemplo más
entre tantos.
Leo en prensa que de las 211.100 personas que han
percibido el subsidio de los 400 €, sólo un 6% consiguió pasar a una mejor vida,
y ser contratado laboralmente. Dando por cierto ese porcentaje, quedaría saber
cuántas de esas inserciones son consecuencia directa del programa “Prepara”; y es que desde que el análisis
de varianza está en desuso, toda la propaganda estadística ha de cogerse con
alfileres. Además, del mismo no se conocen más acciones que unas charletas
colectivas, impartidas por alguien, que lo más cerca que estuvo de una empresa,
fue para introducir un poco de resina en la cerradura de la puerta de entrada, en
la pasada huelga general. Sea como fuere, cada inserción laboral nos ha costado
39.475 €.
¿Por qué a la limosna la tildan de rimbombantes nombres? Que
conste que cada uno tiene su función y su razón de ser; pero donativo e incentivo
no son lo mismo. Para diferenciarlos basta con observar quién se siente más
poderoso y pujante: el dador o el receptor. E insisto, ambas fórmulas atienden
necesidades reales.
En mi opinión, mientras las políticas públicas no sean
evaluadas según unos indicadores de éxito, previamente formulados y conocidos
por todos, sus responsables camparán a sus anchas, como el excéntrico
millonario que arroja billetes desde su avión.
Cuando aquel (como cualquier otro) presidente inquiría públicamente
a su vicepresidente económico sobre si había o no dinero para la política, ¿a
qué jugaba? Hoy sabemos que no lo había. Y cuando se confunde el servicio
público con la vanagloria partidista, nunca debiera haberlo.