A mediados de la semana pasada se publicaba el informe sobre la realidad sociolaboral española que Adecco suele elaborar periódicamente. Titulares del mismo:
Ahora bien, uno no sabe que es más desalentador si lo que se avecina, o la propuestas surgidas de la chistera que nos están propinando últimamente. Tal y como titulaba un editorial de El Mundo, con subsidios y amanezas no se hace frente a la crisis.
Referido al porcentaje de personas que reducirían su salario para evitar futuros despidos. Mi experiencia me dice que este va en aumento conforme se cierne la amenza; y ante una disyuntiva como esta, la gente saca lo mejor de sí mismo. Al menos temporalmente. Si la situación se encroniza, el equilibrio se pierde y empiezan a aflorar los viejos fantasmas. Las disputas internas, la competencia formal e informal son la nota dominante; en defintiva, el clima laboral acaba deteriorándose.
No paramos de escuchar o decir que nada será igual después de esta crisis. Seguramente cambie nuestra percepción del trabajo y la manera de entender nuestra relación con las empresas. El concepto de compromiso con la organización, tal y como lo entendemos ahora variará en nuestros esquemas mentales. El trabajador se mostrará escéptico ante las promesas, fundadas o no, sobre su futuro profesional. No esperará certidumbres de las organizaciones, sino que las buscará y encontrará en sí mismo: en sus capacidades, y en el ejercicio de asumir su responsabilidad sobre su carrera profesional. El compromiso será no con un proyecto o con un equipo, sino con su sentido de la profesionalidad que le impulsa a obtener buenos resultados y a sentirse satisfecho de lo que hace y porqué lo hace. En mi opinión, este sí será un verdadero avance. ¿Lo veremos?
Por último, la formación esa gran damnificada. Cuando no miramos más allá de nuestras narices, lo que antes se consideraba la inversión más rentable, ahora pasa a ser un gasto prenscindible. No culpo a los gestores. La inmesa oferta formativa a la que hemos estado expuestos estos años no siempre se identificaba con calidad. Entre otras cosas porque esta se ha venido confundiendo con satisfacción del alumnado. En el pasado mes de junio, asistí a unas jornadas sobre Psicología y Coaching; y me agradó enormemente ver como el director de Recursos Humanos de una gran empresa española, una de las consideradas Best Place To Work, reconocía que se habían atrevido a testar la percepción que sobre el grado de utilidad de las acciones formativas, tenían sus empleados justo al finalizar las mismas, y seis meses después. El gap sonaba aterrador. Por eso, creo que es momento de innovar y revalorizarnos frente a la competencia.
En momentos como los que estamos viviendo, debemos destacar no por hacer una cosa 100% mejor que los demás, sino hacer 1% mejor cien cosas diferentes. La diferenciación debe ser una constante en nuestro quehacer. Por tanto, hoy más que nunca, la formación debe concebirse como herramienta diferenciadora.
Me largo a la playa. Ciao!!!
- El 60% de los empleados cree que habrá despidos en su empresa.
- A pesar de esta expectativa, un 37,8% de los encuestados reduciría temporalmente su salario para evitar futuros despidos.
- El 38% cree que los presupuestos para formación se verán recortados.
Ahora bien, uno no sabe que es más desalentador si lo que se avecina, o la propuestas surgidas de la chistera que nos están propinando últimamente. Tal y como titulaba un editorial de El Mundo, con subsidios y amanezas no se hace frente a la crisis.
Referido al porcentaje de personas que reducirían su salario para evitar futuros despidos. Mi experiencia me dice que este va en aumento conforme se cierne la amenza; y ante una disyuntiva como esta, la gente saca lo mejor de sí mismo. Al menos temporalmente. Si la situación se encroniza, el equilibrio se pierde y empiezan a aflorar los viejos fantasmas. Las disputas internas, la competencia formal e informal son la nota dominante; en defintiva, el clima laboral acaba deteriorándose.
No paramos de escuchar o decir que nada será igual después de esta crisis. Seguramente cambie nuestra percepción del trabajo y la manera de entender nuestra relación con las empresas. El concepto de compromiso con la organización, tal y como lo entendemos ahora variará en nuestros esquemas mentales. El trabajador se mostrará escéptico ante las promesas, fundadas o no, sobre su futuro profesional. No esperará certidumbres de las organizaciones, sino que las buscará y encontrará en sí mismo: en sus capacidades, y en el ejercicio de asumir su responsabilidad sobre su carrera profesional. El compromiso será no con un proyecto o con un equipo, sino con su sentido de la profesionalidad que le impulsa a obtener buenos resultados y a sentirse satisfecho de lo que hace y porqué lo hace. En mi opinión, este sí será un verdadero avance. ¿Lo veremos?
Por último, la formación esa gran damnificada. Cuando no miramos más allá de nuestras narices, lo que antes se consideraba la inversión más rentable, ahora pasa a ser un gasto prenscindible. No culpo a los gestores. La inmesa oferta formativa a la que hemos estado expuestos estos años no siempre se identificaba con calidad. Entre otras cosas porque esta se ha venido confundiendo con satisfacción del alumnado. En el pasado mes de junio, asistí a unas jornadas sobre Psicología y Coaching; y me agradó enormemente ver como el director de Recursos Humanos de una gran empresa española, una de las consideradas Best Place To Work, reconocía que se habían atrevido a testar la percepción que sobre el grado de utilidad de las acciones formativas, tenían sus empleados justo al finalizar las mismas, y seis meses después. El gap sonaba aterrador. Por eso, creo que es momento de innovar y revalorizarnos frente a la competencia.
En momentos como los que estamos viviendo, debemos destacar no por hacer una cosa 100% mejor que los demás, sino hacer 1% mejor cien cosas diferentes. La diferenciación debe ser una constante en nuestro quehacer. Por tanto, hoy más que nunca, la formación debe concebirse como herramienta diferenciadora.
Me largo a la playa. Ciao!!!