lunes, 30 de enero de 2012

El diablo nos vistió de Prada

Hace unas semanas, tuvimos que hacer una pequeña, y sin embargo inoportuna, inversión en fontanería. Ya sabéis cómo a la cuesta de enero se le suman imprevistos. Pues bien, me permitió hacer un retrato de la economía, que sin pretender ser extrapolable, me sirve para categorizar empresas y actitudes de orientación al cliente. Omitiré aquellas con las que no hubo opción comercial alguna; y a las que no culpo, pues su atención ahora mismo debe estar en la búsqueda de la salida más digna.

Es curioso, pero la economía sumergida no resultó competitiva por precio, pero sí por inmediatez. Alguno pretendía que le financiásemos los langostinos de Nochebuena, las copas de Nochevieja y los regalos de Reyes. Aparte de esto, determinadas garantías de instalación nos hicieron declinar esta vía.

De la terna final, el responsable de una de ellas se comprometió a mandarnos vía mail, su propuesta detallada, “esa misma tarde”. Soy confiado por naturaleza, y les creí. La segunda sí fue capaz de presupuestarnos, pero nos emplazaba para dentro de diez o quince días por aquello de las fiestas. Bastante festejo teníamos nosotros en casa, con la amenaza permanente de quedarnos sin agua caliente. La tercera en cuestión tuvo que ser una firma de bricolaje de gran superficie, que en veinticuatro horas, y a un precio muy ventajoso, nos resolvió el problema. En el futuro, no dejaré de pisar determinados establecimientos, simplemente porque estén masificados.

Cuento esto, porque a pesar de la situación que nos está tocando vivir, a menudo encuentro gente que todavía no es consciente de ella. Al igual que le escuché a Antonio Barbeito hace unos días, opino que conservamos ropas, que frente al espejo nos hacen creer que seguimos siendo ricos.

En el pacto que firmamos con el diablo, este nos vistió de Prada; y desde luego nos cuesta horrores desprendernos de tan ostentosas vestimentas. Miro alrededor, y observo gastos estructurales sobredimensionados, o edificios majestuosos sin contenido. Pero peor aún, son los complementos que acompañan a esa pompa: profecías catastrofistas, sentimientos de invulnerabilidad, y creencias tan limitantes como que esto lo crearon otros, y por tanto a mí que no me pidan nada.

Nunca albergué la esperanza de que esto lo resolvería cualquier redentor; pero siempre he mantenido la certeza de que a mí no me llevaba por delante. En breve, lanzamos un proyecto empresarial nuevo, desde el convencimiento de que su éxito dependerá de lo competitivo que lo hagamos nosotros, y nadie más que nosotros. Inclusive hoy.

Para reaccionar, no necesitamos que el mero paso del tiempo convierta esas vestimentas en harapos; y el espejo, ahora sí, nos obligue a romper con la ficción. Basta con concentrarnos en lo que realmente podemos llegar a ser.

Ya os iré contando. ¡Ciao!