miércoles, 1 de septiembre de 2010

La Reforma que llegó con más sombras que gozos

En estos días de holganza veraniega se está tramitando en el parlamento el tan cacareado Real Decreto-ley 10/2010 de medidas urgentes para la reforma del trabajo. A falta de decisiones épicas, uno se refugia en la lírica y homenajea a Torrente Ballester:

El avance que se le presupone a la reforma laboral, si bien se considera, no ha sido avance sino reculada. La han precedido una pantomima de negociación durante más de dos años, anuncios y aún profecías, especie de bombo y platillo con los que se quiso, como de acuerdo, rodearla de transcendencia vital; y hubiera estado bien si las esperanzas levantadas con tanta música no hubieran de ser desbaratadas por los propios agentes legisladores. Pero la música y la bambolla estuvieron de más.


Ya han corrido ríos de tinta en los periódicos y de turnos en las tertulias radiofónicas; por lo que debo ser poco original. Me centraré en dos aspectos no abordados eficazmente, que a mi entender son claves, y que hubieran calado verdaderamente en el inconsciente colectivo.
Primeramente, la propuesta de una única modalidad de contrato, indefinido y estable con costes de despido improcedente crecientes con los años de antigüedad, hubiera acabado con la dualidad fijo vs. temporal; y hubiera enterrado para siempre esa actitud de los segundos de “…sí estoy trabajando, pero …” ¡Ay! ¡Cuánto resta a la productividad ese freno cognitivo! ¡Cuánto límite al compromiso por ambas partes contractuales! ¡Cuánto abuso y tanto fraude podría haberse extirpado literalmente de un plumazo!

Fijaros que a partir de esta proposición, no hablaríamos de ratios de contratos temporales frente a indefinidos, creando y fomentando estigmas sociales; sino que empezaríamos a computar en términos de años de permanencia y fidelización en las empresas. El enfoque, desde luego, es diferente.


Y en segundo lugar, el eslabón más débil: el parado de larga duración. De los 4,6 millones de parados, 1,8 millones lo son desde hace más de un año; lo que porcentualmente supone un 34,5 %. Para más inri, la previsión para el segundo trimestre de 2011 es de 2 millones, y un porcentaje del 43 % del total. Tampoco aquí nos sirve aquel postulado de determinada dirigente política de que “si algo hemos aprendido de esta crisis es que las previsiones no se cumplen”.

Circunstancias y rasgos, los conocidos por todos: la inmovilidad funcional, la economía sumergida, la capacidad de ahorro, el soporte familiar y social ante las situaciones reales de necesidad; pero lo verdaderamente decepcionante es la pasmosa resignación de que otros han de acudir al rescate y dirigir nuestras vidas. Como siempre donde hay un desvalido, hay un redentor; y aquí las políticas activas de empleo deben ser más eficaces.


Nada me desagrada más que alguien me diga en una entrevista, que gana más desde el salón de su casa. Entonces, ¿por qué no percibir el mayor montante de la prestación por desempleo en los tres o seis primeros meses, y quedar algo residual para los sucesivos? Sin duda que se incentivaría así la búsqueda activa de empleo; como lo demuestra el hecho de que en los últimos meses, donde las prestaciones empiezan a darse por finiquitadas, se está detectando un aumento de la población en disposición real de trabajar.


De la misma manera que uno puede capitalizar toda su prestación para autoemplearse, debiera darse la opción de disponer de todo ese montante económico, para elegir y decidir la formación que uno desea, o cree conveniente para su desarrollo profesional. Algunos omiten, seguramente por el propio interés, que la empleabilidad solo es posible desde la responsabilidad personal, y no desde el afán intervencionista, que debe limitarse a crear condiciones y contextos para que así sea.


Y estrechamente ligado con lo anterior, ¿por qué uno no puede decidir que su prestación capitalizada no pueda ponerse a disposición de la empresa que le contrate, mediante bonificaciones a la Seguridad Social?


Tal y como nos gusta decir, lo intolerable es la dejación y no la equivocación.
Ciao!